No me importa que el gato este mirando
- PUBLICADO EL21-10-2024
Un día más en la universidad. Lucía entró por la puerta de la clase y, como siempre, llamó al orden. Dejó sus libros sobre la mesa, encendió el ordenador de la clase, puso su PowerPoint y miró al hemiciclo de sus alumnos. Muchos de ellos aún se estaban sentando, lo cual hizo suspirar a Lucía, que tenía que vivir la misma situación todos los días. Según su mente la torturaba con lo rutinaria que era su vida, su mirada, como de costumbre, aterrizó sobre Noelia.
Noelia estaba hablando con su compañera del al lado. Sintiéndose observada, le devolvió la mirada a su profesora con una sonrisa. Lucía apartó un poco la vista y empezó con la clase. Era profesora de prehistoria de la Península Ibérica. Si le preguntaras a cualquiera de sus alumnos, no te dirían que Lucía fuese una profesora odiosa, pero tampoco era su asignatura favorita. Para variar, Lucía simplemente leía de su powerpoint a la clase en una soporífera sesión de dos horas.
Durante la clase, Lucía tenía que hacer un esfuerzo enorme para mirar a la estrada; siempre había tenido problemas para mantener contacto visual. En los momentos en los que esa tarea la superaba, Lucía depositaba su mirada en Noelia. Mirar a otra persona siempre hacía sentir a Lucía como si hubiera una cuenta atrás para poder apartar la vista, pero, por algún motivo, podía mirar a Noelia todo lo que quisiera. Cuando la miraba a ella no sentía el mismo agobio que con cualquier otra persona.
Nunca había hablado con Noelia más allá de las típicas conversaciones profesora-alumna, pero siempre la observaba. Sabía que compartían gustos en música y series porque de vez en cuando veía a Noelia con una chapa del Doctor Who o le escuchaba hablar del último álbum de Girl in Red.
Lucía echaba de menos la juventud de Noelia. La envidiaba; le hacía pensar en su época de universitaria y cómo echaba de menos el caos que reinaba su vida antes de graduarse.
Y Lucía estaba en lo correcto en muchas cosas sobre su alumna. La vida de Noelia efectivamente era un caos, era totalmente incapaz de prestar atención en clase y su cuarto era un desastre. Se pasaba las horas leyendo mangas, viendo series o jugando videojuegos. Apenas tenía un par de amigas con las que quedaba en contadas ocasiones. Con ellas hablaba de lo sola que estaba y de lo mucho que quería una novia; Noelia pensaba de verdad que decir eso siendo mujer lo hacía menos patético. Durante las clases de Lucía, Noelia fantaseaba con la vida que tendría con su novia de ensueño y lo divertido que sería todo cuando la consiguiera. Confiaba en que entonces todo en su vida cambiaría. En su momento Noelia había tenido alguna novia, pero nunca habían llegado muy lejos. Ninguna había conseguido que Noelia sintiera lo que ella desesperadamente buscaba en su “pareja ideal”, así que acababa rompiendo con ellas y huyendo de nuevo.
El sonido del carraspeo de Lucía sacó a Noelia de la profunda fantasía en la que estaba sumida para darse cuenta de que su profesora la miraba fijamente. Esto no era raro para ella. Lucía la miraba mucho durante las clases. Noelia no sabía si era porque le tenía manía o por qué era, pero tampoco le molestaba. Cómo sería Lucía en su vida diaria, era una pregunta que Noelia se hacía a menudo.
“Parece una persona responsable”, ¿tendrá marido? ¿Se comprará lencería para él o ya está muy vieja para esas cosas? ¿Qué? ¿Qué hago pensando estas cosas sobre mi profesora?” Exclamó Noelia para sus adentros. No pudo evitar sonrojarse un poco, y al darse cuenta de que Lucía la estaba mirando fijamente, Noelia escondió un poco la cara y se puso a pensar en el último capítulo que había leído de Berserk, para quitarse esas ideas de la cabeza. Lucía notó a Noelia apartar la mirada y ella también la apartó. “¿Le habré hecho sentir incómoda?” pensó mientras seguía dando la clase.
Al acabar la clase, Noelia se acercó a la mesa de Lucía cuando esta recogía sus cosas para irse.
—Hola, señora Hernández —dijo Noelia.
—Hola, señorita Torres —respondió Lucía con una sonrisa—. Dígame que necesita.
—¿Podríamos tener una tutoría para que revisara mis avances en el proyecto de la asignatura?
—Claro, ¿tienes tiempo ahora durante la comida? —dijo andando hacia la puerta.
Noelia asintió y siguió a su profesora por el pasillo, viendo como esta saludaba a alguno de sus compañeros. Pasados unos minutos, llegaron a su despacho. Lucía dejó sus cosas en su escritorio, se sentó y sacó de su bolso un táper.
—¿Te importa que coma mientras lo vemos?
—Para nada —respondió Noelia—, ya me está haciendo un favor por verme tan rápido.
Noelia le acercó una carpeta con su trabajo y según comía Lucía la fue ojeando. En un momento dado paró, cogió un subrayado y empezó a hacer marcas en algunas hojas.
—La verdad es que estoy impresionada, apenas llevamos un mes de cuatrimestre y ya vas muy avanzada con el trabajo —dijo Lucía, limpiándose con una servilleta mientras le ponía la carpeta delante a Noelia—. Te he hecho algunas anotaciones de pequeñas cosas, sobre todo veo que te falta citar; veo de donde vienen muchas de las cosas de las que hablas en tu exposición, pero no me citas las fuentes —continuó.
Lucía seguía hablando del trabajo, pero Noelia no podía dejar de mirar la mancha de salsa de tomate que Lucía se había dejado en la mejilla. “Dios, es tan molesta”, pensó Noelia, e inconscientemente se acercó a Lucía y le limpió con una servilleta la mejilla. Lucía se calló y se quedó mirando a Noelia con cara de circunstancias. Noelia se dio cuenta de lo que había hecho y empezó a disculparse:
—Lo siento mucho, no era mi intención ser maleducada, es que soy muy maniática y…
—Está bien, no pasa nada, si no me la llegas a quitar se me hubiera quedado ahí todo el día —dijo Lucía, interrumpiendo sus disculpas con una sonrisa.
Ante esto, Noelia se relajó y siguieron con la tutoría. Lucía le ofreció uno de sus tápers a Noelia porque era la hora de comer y la pobre no había comido aún. Con un poco de reparo, Noelia aceptó. No pasó mucho tiempo hasta que Noelia y Lucía dejaron de hablar del trabajo. Sin saber muy bien cómo, estaban hablando del Doctor Who. Y así estuvieron, perdiendo la noción del tiempo durante un largo rato hasta que alguien llamó a la puerta.
—¿Señora Hernández? ¿Puedo pasar?
Lucía se apresuró a recoger un poco la mesa y le dio paso al despacho a un hombre que le informó de que iba a haber una reunión del departamento urgente, para tratar un asunto de presupuesto. Lucía se giró a mirar a Noelia y mientras recogía sus cosas, dijo:
—Nos vemos, señorita Torres —con una amplia sonrisa.
Noelia se dio unos segundos para pensar en todo lo que había pasado durante esas…
—¡Dos horas! —dijo sorprendida tras mirar la hora en su móvil.
Lucía se acostó en su cama mirando al techo. La complicación final del día no le había dado tiempo para darse cuenta de que por primera vez en mucho tiempo había roto su rutina y había salido del cascarón para hablar con otro ser humano de sus gustos. Se dio una palmadita figurativa en la espalda acurrucándose en la cama, y paulatinamente, transicionando al sueño, pensaba en lo bien que se lo había pasado con Noelia y que ojalá los días como hoy fueran más cotidianos.
Al día siguiente, Lucía se levantó y siguió su rutina mañanera. Tras desayunar, fue al baño a peinarse y cepillarse los dientes. Se dio cuenta de que tenía una mancha de mermelada en la mejilla y no pudo evitar sonreír. “Que ganas de ver a Noelia otra vez”, pensó para sus adentros tras despedirse de su gato.
Un día más en la universidad. Lucía entró por la puerta de la clase y como siempre llamó al orden, los alumnos se fueron sentando y Lucía inconscientemente buscó a Noelia con la mirada. No estaba en ninguna parte. “¿Se habrá puesto mala?”, pensó Lucía. Sin Noelia alrededor esa clase se le estaba haciendo cuesta arriba; no tenía en quien descansar la mirada. “¿La habré hecho sentir incómoda?”. No podía quitársela de la cabeza.
Y así pasaron varios días. Lucía siguió su vida de siempre; desde su conversación con Noelia tenía más facilidad para hablar con otras personas. Durante una reunión, le presentaron a un profesor interino que iba a estar ayudando a los profesores de su departamento. Era un chaval recién salido del doctorado llamado David. Poco a poco, David se fue acercando a Lucía y empezaron a comer juntos al mediodía. Resulta que compartían algunos gustos musicales, y sobre todo a ambos les gustaba Sanderson. Se pasaban las comidas, y algunas tardes, hablando sobre sus teorías y el “lore” de los libros. Lucía estaba muy contenta porque sentía que había hecho, por primera vez en mucho tiempo, un amigo.
Llegó el viernes. Lucía y David habían quedado en una cafetería fuera de la universidad. Lucía se había arreglado y maquillado, algo que no hacía desde hace mucho. Llevaba un top blanco de lino con un lazo en el centro, unos pendientes de medias lunas colgando de sus orejas y en la parte de abajo una falda corta marrón de cuadros. Su pelo estaba peinado con dos trenzas, recorriéndole desde los lados y por encima de sus largos cabellos rubios, uniéndose así en el centro de su sien, haciendo parecer que llevaba una corona de laureles.
Cuando David llegó, Lucía estaba sentada en una mesa en la esquina de la terraza, mirando los tejados de la ciudad.
—Estás preciosa, Lucía —dijo David—. La verdad es que es un lado de ti que me gustaría ver más a menudo.
Sonriendo, Lucía respondió:
—No suelo tener esta oportunidad para arreglarme, pero me alegro de que te guste.
Como de costumbre Lucía y David se embarcaron en una larga conversación, pero esta vez David era mucho más cercano que otras veces. Le habló de algunas de sus relaciones pasadas y de por qué quería ser profesor. Paulatinamente, ambos se fueron abriendo mientras poco a poco atardecía.
—Voy a tener que irme pronto, que mi gato me espera en casa y ya es muy tarde —dijo Lucía, haciéndole un gesto al camarero para pedirle la cuenta.
—Si quieres te acompaño a tu casa, podríamos seguir ahí la conversación —respondió David.
—David… —dijo Lucía, leyendo las intenciones de sus palabras—. Lo siento, pero es que no tengo libre el cuarto de invitados.
David se rió, captando la indirecta, y tras despedirse de Lucía, dándole dos besos, se marchó. Lucía se quedó allí algo decepcionada. Para ella David era un amigo y parece que él quería más que eso. Deseaba que lo que acababa de suceder no terminase con su relación, pero sobre todo, mirando aquel precioso atardecer en aquella preciosa cafetería en una azotea de la ciudad, lo que de verdad ocupaba su cabeza era lo mucho que desearía poder ver esas vistas con Noelia.
—¿Señora Hernández? —dijo una voz detrás de Lucía—. No sabía que también viniera a esta cafetería.
Detrás suya estaba de pie una mujer vestida con unas medias negras y un pantalón corto tapado por una sudadera negra con cuernos rojos. Debajo de la capucha se podía ver su fina cara, sus ojos verdes y su corto pelo castaño.
Era Noelia. Lucía, anonadada, se la quedó mirando unos segundos y respondió:
—No lo frecuento mucho, pero justo hoy había quedado con un amigo y este sitio me gustaba mucho cuando era universitaria, así que le dije que quedáramos aquí —dijo, volviendo a mirar el atardecer para que Noelia no notara su rubor. Su deseo se había cumplido.
—Es un atardecer precioso —dijo Noelia, sentándose al lado de Lucía—. Lo más bonito es que es siempre igual todos los días, es lo único que no pierde belleza nunca.
—Eso es muy poético, Noelia —dijo Lucía, armándose de valor—¿Has estado yendo a clases de poesía en vez de a mis clases esta semana? —continuó, tirándole de las mejillas a Noelia y dejando salir una pequeña risa.
Noelia, que de forma involuntaria se había quedado mirando a los ojos azules de Lucía y pensando en su conjunto, en lo bien que le quedaba, y lo desarreglada que estaba ella en comparación, respondió:
—Perdone, me gustaría haberle avisado, pero es que me surgió un imprevisto de la nada y estoy un poco contrarreloj —dijo Noelia con una voz tristona.
—¿Quieres contarme qué ha pasado? —dijo Lucía, preocupada.
—Es una historia un poco larga y triste. No quiero distraerla más —respondió Noelia.
—No te voy a obligar a contármelo, pero si necesitas desahogarte no tengo problema en escucharte —insistió Lucía colocándose de frente a Noelia, que se había encogido un poco.
Noelia le contó cómo hace un año cuando salió del armario con su mejor amigo, que es también su compañero de piso, este no se lo tomó muy bien. Al principio Noelia aguantó su frialdad; cómo continuamente se refería a ella con su antiguo nombre y cómo la trataba con pronombres masculinos, como si nada hubiera cambiado. En su momento, Noelia había intentado decirle que le estaba haciendo daño, pero su amigo conseguía evitar la conversación, al menos hasta hace tres días. Noelia no lo aguantó más y discutió fuertemente con su amigo. Este se puso algo violento y respondió denigrándola y con insultos. Durante tres días Noelia había estado buscando un sitio a donde irse para no tener que volver a ver a su “amigo”.
—Siento mucho que hayas tenido que pasar por eso, Noelia —dijo Lucía, agarrando de las manos a una Noelia que se había deshecho en lágrimas—, no te lo mereces.
—Gracias, y gracias por escucharme, se lo agradezco de verdad —respondió Noelia, sollozando y secándose las lágrimas con las mangas de su sudadera.
En ese momento una camarera se acercó a las dos y les dijo que sentía interrumpir, pero que el local estaba cerrando y tenían que irse.
—Intentaré volver a clases lo antes posible, lo prometo, señora Hernández —dijo Noelia.
—¿Y qué vas a hacer esta noche? ¿Tienes donde quedarte? —inquirió Lucía, preocupada por el bienestar de Noelia.
Noelia negó con la cabeza. Lucía, apurada por la situación y sintiendo que no podía dejar a Noelia tirada, le dijo:
—Puedes quedarte esta noche en mi casa si quieres y mañana vemos como puedo ayudarte.
—No quiero ser una molestia, y en cualquier otra circunstancia le diría que no, pero de verdad necesito una noche fuera de ese infierno —respondió Noelia.
Lucía recogió sus cosas, le limpió las lágrimas con un pañuelo a Noelia mientras le acariciaba las mejillas y se agachaba un poco para mirarla a los ojos.
—Todo va a estar bien, no te preocupes —dijo con una voz dulce, y agarrándola de la mano fueron hacia el coche de Lucía.
Conduciendo a su casa, Lucía se dio cuenta de la tontería que estaba haciendo. Se estaba llevando a una alumna a su casa, ¿qué pasaría si otro profesor se enteraba o si Noelia se lo contaba a alguien? Su reputación estaría por los suelos. Interrumpiendo su agobio, Noelia preguntó:
—¿Por qué eligió ser profesora, Señora Hernández?
—La verdad, no lo sé muy bien, todo el mundo insistía en que se me daba muy bien enseñar. Durante la uni, le salvaba el culo a mis amigos explicándoles cosas que habíamos dado en clase, y no sabía muy bien qué hacer con mi vida igualmente, así que me metí a profe como me podría haber metido a cualquier otra cosa —dijo Lucía soltando un suspiro. —¿Y tú? ¿Porque elegiste este grado?
—Desde niña me ha apasionado la arqueología; siempre fantaseaba con desenterrar una tumba de un Faraón y destapar su maldición —dijo con una pequeña risa—. Cuando crecí seguía soñando lo mismo. A lo largo de mi vida he tenido cientos de aficiones e intereses, pero el único que siempre ha prevalecido es el de ser arqueóloga, así que supongo que es un motivo bastante infantil.
—Para nada —respondió Lucía mientras seguía conduciendo—, es muy bonito que persigas de esa manera una ilusión. —Tras decir esto, Lucía giró la cabeza hacia Noelia, que la estaba mirando de vuelta con una sonrisa de oreja a oreja que iluminaba su cara, roja por haber llorado y con ojeras por lo mal que había dormido estos días. A Lucía le hubiera encantado quedarse contemplando esa sonrisa para siempre, pero tenía que prestar atención a la carretera, así que simplemente le sacudió un poco el pelo a Noelia y siguió conduciendo.
A Noelia el corazón le iba a mil. ¿Qué coño hacía en el coche de una de sus profesoras camino a pasar la noche con ella? Y encima de eso, se habían dado la mano y ella le había acariciado la cabeza. “¿En qué momento todo se ha vuelto así de íntimo?” pensaba, mirando a su regazo, sonrojada y nerviosa por la situación. “Lucía tiene unas piernas preciosas”, pensó Noelia mirándola de reojo conduciendo. Durante ese viaje Noelia no pensó ni un solo momento en lo que había pasado con su amigo.
Tras unos minutos que se hicieron eternos llegaron finalmente a la casa de Lucía, que era un dúplex de color naranja en una urbanización a las afueras de la ciudad. Ambas se bajaron del coche y fueron hasta la puerta de la casa, que estaba tras un pequeño jardín delantero. Cuando Lucía abrió la puerta, vio a su gato, lo agarró entre sus brazos y se puso a acariciarlo, diciéndole:
—¿Me echabas de menos mi minino precioso? Claro que sí, ya estoy aquí. No te preocupes, ahora le doy de comer a mi hijo mimado.
En ese momento recordó que no estaba sola en casa. Dejó al gato en el suelo y dijo
—Lo siento, normalmente estoy sola en casa y quiero mucho a mi gato.
—Para nada, me ha parecido monísimo, ojalá alguien me quisiera así a mí también —dijo Noelia balbuceando y algo nerviosa.
Lucía sonrió pícaramente, haciendo que Noelia se sonrojara aún más por lo que acababa de decir. Lucía entonces invitó a Noelia a pasar al salón y le indicó donde se quedaría a dormir, que era un cuarto de invitados que tenía varias cajas amontonadas en una esquina.
—Perdona que esté así, no suelo tener invitados, así que uso el cuarto de almacén —dijo Lucía—. Me imagino que no tienes pijama ni muda, así que si quieres hay algo de ropa mía en el armario; coge lo que te sea más cómodo. Si quieres darte una ducha puedes coger cualquier toalla del mueble del baño. Yo voy a ir a hacer de cenar; si necesitas lo que sea, estoy abajo, ¿vale?
Noelia asintió con la cabeza, y cuando Lucía se fue, cerró la puerta y se derrumbó sobre la cama mirando al techo. Tenía el corazón a cien y no dejaba de hacer las cosas aún más vergonzosas de lo que ya eran, pero por suerte poco a poco se estaba relajando. “Jo, la verdad es que creía que dormiríamos juntas”, pensó justo antes de que su ritmo se acelerara de nuevo.
—Se acabó, me voy a dar una ducha con agua fría porque estoy harta de mi cabeza —dijo en voz alta.
En la cocina, Lucía estaba cocinando una pasta carbonara. Cocinar era una de las pasiones de Lucía; cuando cocinaba todo estaba tranquilo en su cabeza, pero algo interrumpió su concentración. Oyó arriba la ducha de su baño, y de cierta manera volvió a ser consciente de la situación en la que estaba. Intentó distraerse y seguir cocinando, pero su imaginación junto al ruido de la ducha no le dejaban en paz. Al rato empezó a poner la mesa y llamó a Noelia.
—¡La cena está lista! —gritó, colocando una botella de vino y dos copas en la mesa.
Entonces Noelia empezó a bajar las escaleras llevando una camisa negra con un dibujo de un gato que le quedaba enorme. Lucía no pudo evitar quedarse mirándola como un pasmarote, sobre todo, al límite de la camisa, que apenas llegaba a la parte media del muslo de Noelia. “¿Lleva algo debajo?” pensó fugazmente Lucía antes de sentarse a la mesa junto a Noelia.
—Que buena pinta —dijo Noelia al ver la sofisticada presentación del plato de pasta.
—Espero que te guste, ¿bebes vino? —respondió Lucía, sirviéndose una copa de vino tinto.
—Venga, va, un poco —dijo Noelia, acercando su copa.
Noelia probó un bocado de la pasta y no pudo contener su reacción.
—Dios, está buenísimo —exclamó. Era el mejor plato que había probado nunca y estaba haciendo un esfuerzo enorme para no engullirlo.
—Me alegro un montón de que te guste —dijo Lucía con una sonrisa, bebiendo de la copa de vino.
Durante la cena empezaron a charlar y cotillear sobre los compañeros de clase de Noelia. A cada rato una de las dos soltaba una carcajada. Fueron intercambiando anécdotas hasta que Noelia preguntó.
—Señora Hernández —a lo que Lucía interrumpió.
—A este punto yo creo que puedes tutearme.
—Bueno, Lucía. ¿Estás o has estado casada? ¿Hay alguien en tu vida? —dijo con delicadeza Noelia.
—Bueno, no. La verdad es que sigo soltera —respondió Lucía, un poco triste.
—¿Y no te interesa nadie? —insistió Noelia.
—Es complicado —dijo cortante Lucía.
—Lo entiendo —respondió Noelia mientras terminaba la cena, y se levantaba a recoger.
Lucía se sirvió otra copa de vino, fue a sentarse al sofá y suspiró mientras se recostaba.
—¡Menudo día! —exclamó, y encendió la tele.
Su gato, al verla acomodada en el sofá, se acostó en su regazo. Para Lucía era lo de siempre: ver la televisión con su gato, bebiendo vino. Noelia se sentó en el sofá también y dijo:
—La verdad es que sí, ha sido un día largo, gracias otra vez por acogerme.
—Ni las des—interrumpió Lucía. En su tono de voz ya se podían notar los ligeros efectos del alcohol.
Noelia acercó su mano al regazo de Lucía para acariciar a su gato. El gato mostró su descontento, saltando del sofá a una mesita y quedándose mirando a Noelia, que se había quedado desolada por lo sucedido.
—No te preocupes, es un poco arisco con los extraños, ya se acostumbrará a ti —dijo Lucía riéndose.
Lentamente, Lucía se estaba quedando dormida. Había sido un día demasiado intenso y lleno de emociones. Se dejó llevar por el sueño y la envolvió una calidez que la confortaba. “No debería quedarme dormida en el sofá”, pensó en sueños, y entreabrió los ojos de nuevo para encontrarse con el rostro de Noelia mirándola desde arriba. Medio adormilada, Lucía parecía no darse cuenta de que estaba acostada en el regazo de Noelia.
—Eres muy mona cuando duermes —dijo Noelia, susurrando.
—Siento haberme dormido —dijo Lucía con voz de adormilada—. Ahora subiré a la cama, pero es que se está tan bien aquí…
Noelia empezó a acariciarle la cabeza a Lucía, que a esas alturas había decidido dejarse llevar; no valía la pena seguir oponiendo resistencia a un sentimiento que estaba casi segura de que era mutuo.
—Podría subir contigo a la cama, estarías incluso más cómoda —murmuró Noelia.
—¿No te parece feo aprovecharte de tu profesora borracha y medio dormida para acostarte con ella? —dijo Lucía, riéndose.
—No lo decía con esa intención —respondió Noelia con tono de fastidiada—, es solo que estabas hablando de lo cómoda que estabas en mi regazo y pensé que sería buena idea.
Lucía extendió la mano hacia la cara de Noelia, incorporándose y poniéndose de lado con la rodilla en medio de sus piernas.
—¿Puedo besarte? —le preguntó.
Incapaz de sostener la mirada, Noelia asintió. Lucía entrelazó sus dedos con el pelo de Noelia, acercando sus labios a los suyos. Ambas se fundieron en un beso.
—¿Puedo decir una tontería? —dijo Noelia, apartándose un breve momento—. Llevo toda la tarde pensando que esto podría pasar y lo estoy disfrutando, pero tu gato nos está mirando directamente.
Lucía, sin responderle, volvió a besarla mientras que su otra mano acariciaba sus delicadas caderas. Su piel era tan muy suave y transmitía un calor tan agradable. Cuando separaron sus labios, Lucía descendió, acariciando con ellos el cuello de Noelia y dándole besos.
—Noelia, eres preciosa —dijo entre besos Lucía—. Quiero morderte.
Sin decir nada, Noelia levantó el cuello dándole permiso, y Lucía clavó sus dientes sin medir la fuerza. Al mismo tiempo, su mano derecha se metía debajo de la camisa de Noelia y acariciaba su estómago.
Noelia, extasiada por el mordisco, agarró la mano a Lucía a través de la camisa y la subió hasta su pecho. Su cara estaba completamente roja, cada vez que sentía el contacto de Lucía, Noelia era incapaz de contener su voz y su expresión.
—Te quiero, Lucía —dijo Noelia abrazándose fuertemente a Lucía—. Sigue, por favor; se está sintiendo muy bien —susurró en su oído.
Lucía apretaba su pecho derecho, frotando con su dedo índice el pezón. Los pechos de Noelia no eran muy grandes, prácticamente le cabían enteros en la mano. También eran firmes y sus pezones, que estaban duros, tenían una rugosidad agradable al tacto. Lucía le levantó la camiseta a Noelia y empezó a besar su tórax, para luego chupar el pezón de su otro pecho. Noelia se abrazó a la cabeza de Lucía suavemente, dejando salir gemidos, retorciendo su cuerpo y acariciándole la cabeza. Lucía empezó a bajar una mano por el estomago hasta las bragas de Noelia y empezó a acariciar el pene de Noelia a través de su ropa interior. Poco a poco, este se iba poniendo más erecto y Noelia reaccionaba a cada una de las caricias, desesperada porque Lucía le tocara directamente.
—Por favor, necesito que me toques —dijo entre jadeos.
—Que asertiva eres ¿No? —respondió Lucía, bajándole las bragas y revelando su pene palpitante.
Lucía se quitó su top y su sujetador negro de encaje, dejándose solo la falda. Noelia no pudo evitar fijarse en que los pechos de Lucía eran muy grandes. “Quiero tocarlas”, pensó justo antes de sentir como Lucía le mordía el interior del muslo. Noelia dejó salir un gemido de placer. Seguidamente, Lucía besó la mordedura que le acababa de hacer a Noelia y acercó su cara a su pene, exhalando sobre él y acariciándolo con un dedo. El pene de Noelia era suave, sin ni una sola vena marcada.
—¿Es tu primera vez? —preguntó Lucía.
—No —respondió murmurando y entre jadeos Noelia, con su corazón palpitando muy fuerte en su pecho.
—Tranquila —susurró Lucía, poniéndose encima—. A este paso se te va a salir el corazón, ven aquí. —dijo, abrazándola y poniendo la cabeza de Noelia entre sus pechos mientras se acostaban en el sofá. —¿Hace mucho que no lo haces? —preguntó Lucía.
Noelia asintió con la cabeza, apretando mucho su cara contra los pechos de Lucía. Se sentía tan bien estar entre ellos, eran blandos y cálidos y le rodeaban casi toda la cara.
—Veo que te gustan mucho mis tetas —dijo Lucía entre risas, a lo que Noelia respondió apretando aún más su cara contra sus pechos.
—Si te sirve de algo, yo también llevo mucho sin hacerlo —dijo Lucía acariciando su cabeza.
—Pues pareces muy experimentada —respondió Noelia.
—Te sorprenderá saber que esta es la segunda vez que lo hago en mi vida. La primera fue con un tío que conocí en la universidad y fue horrible —dijo Lucía riéndose.
—Espero no fastidiar tu segunda vez —murmuró Noelia, sacando su cara de los pechos de Lucía para mirarla fijamente.
Su cara, ahora apoyada encima de los pechos de Lucía, estaba roja y salían algunas lágrimas de sus ojos. “Es tan mona, parece una gatita”, pensó Lucía.
—No seas boba, hasta ahora lo estás haciendo genial —respondió Lucía, secando con un dedo las lágrimas de la cara de Noelia.
Esta se acercó y la besó, dejándose caer con un brazo rodeando la espalda de Lucía para llevársela con ella.
—¿Seguimos? —dijo Noelia.
La expresión de Noelia despertó algo en Lucía. Sus ojos le suplicaban que siguiera. Dándole besos en el estomago y acercándose poco a poco a su pene, dijo:
—Eres lo más mono que he visto nunca, cómo puedo decirle que no a esa carita.
Lucía agarró su pene y empezó a besarlo y lamerlo delicadamente mientras lo masturbaba. Cada gemido de Noelia no hacía más que excitar aún más a Lucía, que estaba lamiendo la cabeza de su pene, envolviéndolo con sus labios mientras lo metía en su boca. Noelia no pudo contenerse y le agarró la cabeza a Lucía, haciendo un poco de fuerza para que su pene entrara más. Lucía no opuso resistencia y dejó que entrara a su garganta, provocándole una arcada.
—Perdón, ¿te he hecho daño?—exclamó Noelia.
A lo que Lucía respondió:
—No te he pedido que pararas —para volver a chupar su pene, enrollándolo con la lengua y mentiéndoselo poco a poco, cada vez más profundo en su garganta.
—Se siente muy bien, tu lengua me está volviendo loca.
—No puedo más —dijo Lucía tras sacarse el pene de la boca—. Siéntate —ordenó.
Noelia, obediente, se irguió en el sofá. Lucía se sentó en su regazo, se acercó a su oído y le susurró.
—¿Puedo meterla?
Noelia empezó a besar su cuello y respondió:
—Por favor.
Lucía metió el pene de Noelia en su vagina completamente empapada y abrazó muy fuerte a Noelia, dejando escapar un gemido.
—Estas tan dentro, ¿se siente bien? —le susurró al oído seductoramente Lucía.
Noelia asintió y Lucía empezó a moverse, conduciendo una de las manos de Noelia a su pecho derecho. La mano de Noelia se hundió en el pecho de Lucía, que se sentía suave y esponjoso. Noelia extendió su otra mano al culo de Lucía y empezó a apretarlo, acariciándole de cuando en cuando la parte exterior del muslo. El culo de Lucía estaba estriado y tenía relieve, pero se sentía firme y blando. Mientras, Lucía se movía suavemente, cabalgando sobre el pene de Noelia e intentando ocultar su rostro de placer por la vergüenza que le daba que la viera haciendo esas expresiones. Entonces, Noelia agarró de las caderas a Lucía y empezó a subirla y bajarla sobre su pene. Lucía y Noelia no hacían más que gemir sin preocuparse por el volumen. Estaban totalmente rendidas la una a la otra. Según se acercaba el clímax de ambas, se abrazaban cada vez más fuerte.
—Te amo, Lucía, te sientes tan bien, no voy a durar mucho más —susurró Noelia a su oído entre jadeos y gemidos.
—No te vayas nunca —dijo Lucía, apoyando su cabeza en el hombro de Noelia—. Sé que nos acabamos de conocer, pero siento que vivir mi vida sin ti después de todo esto no sería tan feliz —continuó Lucía sin parar de moverse.
—Te lo prometo, Lucía, nunca me iré de tu lado —respondió Noelia besándola a la vez que ambas alcanzaban el clímax.
—Deberíamos subir a la cama, ¿No crees? —dijo Lucía, ahora tumbada en el sofá, con Noelia abrazándola apoyada en su pecho.
—Tienes razón —dijo Noelia adormilada—, ¿te ha gustado? —preguntó.
—Ha sido increíble —respondió Lucía dándole un beso en la frente y acariciando la marca del mordisco que le había hecho a Noelia en el cuello.
—Ojalá la marca se quede ahí para siempre —dijo Noelia abrazándose a Lucía.
Lucía sonrió y le devolvió el abrazo diciendo:
—Te amo, Noelia.
Ambas subieron a la cama y se acurrucaron muy pegadas, porque era una noche de mucho frío. Lucía estaba abrazando por la espalda a Noelia, mientras ella, entre risas, dijo:
—Me he tirado a mi profesora; como le cuente esto a mis amigas ninguna me va a creer.
—Más motivo aún para no decírselo a nadie —respondió Lucía, pellizcándole en las caderas a Noelia como castigo.
—¡Oye! ¡Para! —exclamó Noelia.
—Anda que decir algo así en un momento como este —dijo Lucía de forma pícara.
—Es lo que hay, te has enamorado de una tonta del culo que convierte todo lo que hace en una broma —dijo Noelia sacando la lengua.
—Lo sé, es una de las cosas que me gustan de ti —dijo Lucía con voz dulce y cerca del oído de Noelia.
—Te amo, Lucía —respondió Noelia apretando los brazos de Lucía que la rodeaban.
Siguieron bromeando un rato más mientras, poco a poco, abrazadas, se quedaban dormidas en un apartamento cualquiera en un día cualquiera que se había convertido en el día y lugar más especial para las dos.
Agradecimientos
Gracias a Aileen por hacer de editora, por sus consejos y su paciencia conmigo y gracias a Ivy por ser la primera en leer la obra y ayudarme a mejorarla con su sabiduría lésbica.